Con pocas horas de sueño, mucha ilusión y algo de incertidumbre, a las 6 de la mañana salíamos del instituto hacia lo que, para muchos, iba a ser el viaje de sus vidas. Ruido de maletas, padres nerviosos, lista de alumnos en mano y dos autobuses para hacerlo, aún, más complicado.
Nuestra primera parada fue Barcelona, a la que llegamos, no sin antes hacer más de una parada por la llamada de la naturaleza. Nos recibió majestuosa la Sagrada Familia sin que nadie pudiera descifrar su misterioso cuadrado mágico y, tras un rato de descanso y tiempo libre nos citamos con Anna, prima de Cristina. Todavía había que llenar mucho tiempo hasta la salida del barco pero gracias a la ayuda desinteresada de Anna fue muy fácil. Nos guió por el barrio gótico donde la atmósfera que creaban sus calles estrechas y su luz tenue provocó un gran momento entre nosotros, conociendo rincones como la Plaça dels Afusellaments o un mosaico mural que nos mostraba que el mundo nace en cada beso.
Con el buen sabor de la visita pero ya muy cansados nos subimos al barco con el que llegaríamos hasta Roma tras escasas 20 horas de viaje en alta mar…con lo que me gusta la tierra firme. Allí nos dimos cuenta que no todos los camarotes eran iguales, como comprobaron los alumnos que hacían un tetris para encajar sus maletas y a ellos mismos, y algún otro compañero que no dispuso de las mejores vistas. Por lo menos, su maleta durmió en una cama. Entre bailes y risas el viaje transcurrió de forma agradable gracias a la calma del mar que evitó mareos, vómitos y demás molestias.
Parecía que habían pasado mil años pero ya estábamos en Roma…¡¡yujuu!!, pero no, no todo era tan agradable porque faltaba la noble y entretenida tarea de organizar las habitaciones. Tras conseguirlo, y después de una ligera cena en el burger (todavía no sé si llevan la comida a la mesa) nos fuimos a la cama porque al día siguiente nos esperaba uno de nuestros momentos especiales del viaje: los madrugones.
Al toque de diana todos nos dirigimos al primer hito importante del viaje, el Coliseo. Imposible no rendirse a su historia. Visita al Foro, al propio Coliseo y sesión de fotos desde una piedra cercana al mismo; sin ser juez de saltos puedo asegurar que no todos los que hubo desde esa piedra fueron igual de espectaculares. Por la tarde aseguramos la visita al Moisés de Miguel Ángel, que realmente parecía que podía levantarse y hablar mirándonos a los ojos. Tras ello, corriendo al metro para seguir recorriendo la ciudad, con lo poco estresante que es entrar al metro con 70 adolescentes.
Nuevo día, nuevo madrugón y al Vaticano. Tras una nada desesperante cola donde algunos coreanos presionaron mucho (don´t push me) pudimos recorrer las maravillas de sus museos rematadas con la guinda de la Capilla Sixtina, donde nadie, repito, nadie, se saltó sus estrictas normas de no photo, no picture….¡ejem!. Correr, comida, correr (otra tónica de este viaje) y directos al autobús rumbo a Florencia.
Tras un rápido viaje dedicamos nuestro escaso tiempo para, efectivamente, organizar las habitaciones. Al día siguiente visita a San Giminagno, precioso pueblo cuyas casas y torres medievales nos hicieron retroceder en un viaje en el tiempo de 800 años. Después Pisa, donde nuestras compañeras Mari Carmen y Cristina lucharon por la foto más original en la torre, y a fe que lo consiguieron. Y de nuevo, corriendo, a Florencia. Con el peso del tiempo permanentemente sobre nuestras cabezas y, gracias a la voluntad de Juanse, por fin estábamos ante el Palazzo Vecchio y la Plaza de la Signoria. Bonito momento para todos en un nuevo ejemplo de esa gran atmósfera que se creó para disfrutar de lo que teníamos ante nosotros
Vuelta al hotel, no sin alguna dificultad claro, manifestada en este caso en forma de incontinencia urinaria que nos enseñó la importancia de llevar siempre una botella, una incontinencia tan fuerte que impedía ver dónde estaba la puerta del hotel para aliviar dicha necesidad. Sin embargo, y en pos de la diversión, ese momento se convirtió en una gran anécdota que provocó las risas de todos los presentes.
Un nuevo día en Florencia para poder contemplar la grandeza de la cúpula de su catedral, sin ser capaces de imaginar la brillantez de su autor para componer tan magnífico monumento. Y si la emoción no era completa, los sentimientos se dispararon al encontrarnos de frente con el David de Miguel Ángel, como si el mito de Stendhal recorriera la sala y somatizara nuestras emociones.
Correr, focaccia en mano, y de nuevo al autobús. Otro viaje en el tiempo rumbo a Venecia amenizado con la bella actividad ¡sorpresa!, de organizar las habitaciones. Menos mal que nuestro compañero Enrique nos avisó de cuál era la suya. Al día siguiente nos esperaba el vaporetto que nos acercaría hasta la ciudad de los canales. Grandiosa la catedral de San Marcos y su plaza, y pasear por sus calles sin agua hasta encontrar las góndolas para disfrutar de un hermoso paseo. Hermoso pero movido, haciéndome recordar mi pasión por la tierra firme. Un día donde por fin dejamos las prisas y saboreamos con tranquilidad el atardecer de Venecia.
La vuelta al hotel no fue como las anteriores porque esa noche tocaba salir. Después de cinco días pidiendo salir, la visita más esperada por los alumnos había llegado. Maquillaje, vestidos, vaqueros, camisas y exceso de perfume, todo listo para una noche de discoteca. Y si no puedes con tu enemigo, únete, así que antes de desesperarnos nos mimetizamos en el ambiente improvisando más de un paso de baile (¿eh Juanse?), y más de un perreo.
Aunque ya teníamos alguna experiencia en madrugones, el de este día no fue mejor debido a las heridas de guerra que dejó en algunos la noche anterior. Poco a poco íbamos dándonos cuenta de que el viaje estaba llegando a su fin. Camino de Milán esa era la sensación. Y tras Milán, San Remo, la última parada y la última vez que la fianza de las habitaciones se ponía en juego. Cansados y sin tanta motivación como en días anteriores pronto nos fuimos a dormir. Por delante sólo teníamos mil horas de autobús.
Último día y rumbo a Caravaca. En un intento de suavizar el eternizante viaje de vuelta hicimos escala en Mónaco, recorriendo algunas de sus calles, casino, curva del circuito de Fórmula 1, tratando de cerrar la boca cuando nos pasaba cerca algún Ferrari o un Mclaren, y dilatando un paseo que sabía a despedida.
A las 8 de la mañana, con el ruido de los hierros que forman los tenderetes del mercado, llegamos a Caravaca y poníamos fin a nuestra aventura. Una aventura llena de vivencias, sentimientos, risas, cansancio y mucho compañerismo y buen ambiente gracias a nuestros alumnos que lo hicieron posible. Y lo hicieron posible gracias a un magnífico comportamiento que permitió convertir esta pequeña aventura en algo extraordinario. Y, sobre todo, un viaje cargado de recuerdos inmortalizados en nuestros móviles y en nuestra memoria que han hecho de esta experiencia un momento inolvidable para todos. Inolvidable y emocionante porque no hay que olvidar que “no somos coches, somos personas”.